Escribe Paco Mira:
TODO AMOR ES
UN MISTERIO
Muchos hemos
oído desde pequeños la frase ‘Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando’,
creyendo que era el lema de los Reyes Católicos, aunque no es así; ‘Tanto
monta’ era sólo una abreviatura de la divisa Fernando el Católico. Pero la
frase pasó a la cultura popular dándole un significado: que en un grupo humano,
da igual quien hable o haga las cosas, porque todos tienen la misma autoridad;
o bien que no importa el orden o la forma en que se hagan las cosas, porque el
resultado final será el mismo.
Hoy, una vez finalizado el tiempo de Pascua, celebramos la
Solemnidad de la Santísima Trinidad. A menudo, cuando pensamos en la Santísima
Trinidad, la vemos como una especie de rompecabezas, en el que debemos encajar
el Tres en Uno y el Uno en Tres; tampoco nos sirven de mucho los necesarios
argumentos teológicos que muestran la razonabilidad de la afirmación del Dios
Uno y Trino, porque superan la capacidad de entendimiento del común de la
gente.
Pero debemos y necesitamos conocer cada vez mejor a Dios,
porque de la idea e imagen que tengamos de Él dependerá el tipo de relación que
tendremos con Él.
En el
Evangelio hemos escuchado que Jesús decía del Espíritu Santo: “no hablará por
cuenta propia, sino que hablará de lo que oye… porque recibirá de lo mío y os
lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que
recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará”. Jesús amplía el Misterio de
Unidad, incluyendo al Espíritu Santo, que no actúa “por cuenta propia”, de
forma independiente, sino en total unión con el Padre y del Hijo.
La celebración del mayor misterio de nuestra fe,
la Santísima Trinidad, nos invita a afirmar: ‘Tanto monta, monta tanto, el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo’. Como diremos en el Prefacio, son «tres
Personas distintas, de única naturaleza e iguales en dignidad». Son Tres
Personas distintas que comparten el ser Dios, y en ese ‘ser Dios’, las Tres son
iguales en su dignidad, no hay Uno más que Otro.
A lo largo de los siglos, los
teólogos se han esforzado por investigar el misterio de Dios ahondando
conceptualmente en su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes
lenguajes. Pero, con frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que
revelarlo. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su
experiencia.
A Dios Jesús lo llama “Padre” y
lo experimenta como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena que
bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a luchar contra lo que hace daño al
ser humano. Para él, ese misterio último de la realidad que los creyentes
llamamos “Dios” es una Presencia cercana y amistosa que está abriéndose camino
en el mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más
humana.
Jesús no separa nunca a ese Padre
de su proyecto de transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien
encerrado en su misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e
hijas. Por eso, pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios, creer en
la Buena Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar por un mundo más
justo y dichoso para todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su
paz reinen cada vez más en entre nosotros.
Por otra parte, Jesús se
experimenta a sí mismo como “Hijo” de ese Dios, nacido para impulsar en la
tierra el proyecto humanizador del Padre y para llevarlo a su plenitud
definitiva por encima incluso de la muerte. Por eso, busca en todo momento lo
que quiere el Padre. Su fidelidad a él lo conduce a buscar siempre el bien de
sus hijos e hijas. Su pasión por Dios se traduce en compasión por todos los que
sufren.
Por eso, la existencia entera de
Jesús, el Hijo de Dios, consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento,
defender a las víctimas y reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de
bondad, y ofrecer a todos la misericordia y el perdón gratuito de Dios: la
salvación que viene del Padre.
Por último, Jesús actúa siempre
impulsado por el “Espíritu” de Dios. Es el amor del Padre el que lo envía a
anunciar a los pobres la Buena Noticia de su proyecto salvador. Es el aliento
de Dios el que lo mueve a curar la vida. Es su fuerza salvadora la que se
manifiesta en toda su trayectoria profética.
Este Espíritu no se apagará en el
mundo cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La
fuerza del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores
del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el
misterio de la Trinidad.