Escribe Paco Mira:


LA MAREA DE LA VIDA

 

El mar siempre ha atraído al ser humano, unas veces en sentido positivo por su belleza, grandiosidad, la vida que contiene... y otras veces en sentido negativo, por su fuerza destructora, por el misterio que encierra en sus profundidades. El mar es uno de los símbolos de los meses de verano, y algo muy relajante es estar sentado tranquilamente contemplándolo. El sonido de las olas, la brisa marina, nos ofrecen el marco adecuado para poder hacer algo necesario pero para lo que no solemos encontrar tiempo, que es reflexionar sobre nuestra vida. Porque nuestra vida a menudo también se compara con el mar, con sus períodos de calma y con las tempestades que la azotan.

Sufrimiento, dolor, miedo, culpa, soledad, sentirse abandonado, experimentar la fragilidad, buscar protección y no hallar respuesta, poner la seguridad en Dios y verse enfrentado a los peligros, a la muerte. Vivirse como humano. Estos son los ingredientes de la tormenta humana que, con frecuencia, vemos desatarse y nos hacen correr hacia un refugio en el que encontrar protección.

Actualmente soplan vientos recios de guerras preocupantes, de violencias crueles e incontroladas; nos habita la sensación de inseguridad. Los estados poderosos aumentan su gastos armamentisticos. Somos testigos, quizás también sufridores, de la dureza amarga que para millones de personas significa el hecho básico de sobrevivir; sentimos el abatimiento que provoca la percepción de horizontes oscuros de futuro.

También nos es conocido, en mayor o menor grado, el desvalimiento que la enfermedad provoca cuando invade nuestra vida y fácilmente nos sentimos habitados por diversos temores que se despiertan en nostros. Los fracasos, los desamores, las soledades amargas, son también parte de esta mar de fondo que encrespa las olas sobre las que avanza la barquichuela de nuestra vida.

En medio de todo ello, el libro de Job sigue sorprendiendo al creyente y exigiendo un esfuerzo de maduración en la fe en su constante y tensa relación con la vida.

Quiero verme y vernos en la misma situación de aquellos discípulos, que en medio de la tempestad nos sentamos en la orilla a escuchar a Jesús. Muchas veces decimos que sí, pero no: ¡cuántas veces solicitamos un cursillo, una charla, ... queremos escuchar a Jesús, pero luego no vamos!. Nos quejamos de la tempestad, pero a veces no tenemos el interés necesario para dejarnos enseñar por Jesús.

En un momento determinado, nos dice el Maestro, «vamos a la otra orilla». Me gustaría que fuéramos capaces de no estar siempre amarrados al mismo puerto. No estar amarrados a las leyes que nos matan y no nos dejan avanzar y acoger pastoralmente a todos aquellos que nos llaman y además quieren de nosotros que seamos capaces de dar respuesta a sus necesidades.

Creo que la Palabra de Dios, hoy nos interpela a los miedos que tenemos en el mundo en el que vivimos y sobre todo qué papel ocupa Jesús en nuestra vida. Si ocupa un lugar importante o por el contrario lo encerramos en las bodegas del barco de nuestra vida y no dejamos que salga y sea el capitán que nos guíe y nos conduzca hacia un puerto seguro. Triste es cuando nuestras inseguridades hacen que dudemos de la capacidad que él tiene de guiarnos de una forma clara y concisa.

Ha comenzado la novedad de una alegría inexplicable, presente también cuadno las lágrimas nos visitan. Jesús, el Señor, lo es porque la fuerza de su amor ha vencido todo el poder del mal y sus diversas manifestaciones. Los acontecimientos de la Pascua lo atestiguan. La alegría y la esperanza, más allá de cualquier otra esperanza, ha acompañado siempre la vida de los creyentes. Hoy hemos de ser nosotros los exponentes de esta radiante realidad.

 

          Hasta la próxima

          Paco Mira