Escribe Paco Mira:
LAS LEYES ACTUALES, ¿SON EVANGÉLICAS?
Cuando
sucede un hecho luctuoso, algo desagradable, algo que no queremos ni para
nosotros ni para los demás, cuando estamos en caliente, podemos decir y hacer barbaridades.
Sobre todo, cuando nos pilla algún ser querido, cercano, familiar… Es – diría
yo – hasta humano. Mi abuela que por los años era sabia, me decía que antes de
hablar o de actuar, contara hasta cincuenta (número ficticio), y que después de
contar vería las cosas de otra manera. Y en algunos casos, ¡hasta funcionaba!
La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos
acogían con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor
síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de
amar a los enemigos.
Sin embargo, Jesús
lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los
salmos de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al
clima general de odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta
su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien
a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian”.
Su lenguaje es
escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de
Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la
destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar
incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en
el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo
no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas llamadas a una
perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud
nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia
destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie,
buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando Jesús
habla del amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos en nosotros
sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo
sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden
cambiar los sentimientos de nuestro corazón.
Amar al enemigo
significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No
hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos
sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos
alimentando el odio y la sed de venganza.
Pero no se trata
solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a
hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más
humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero
al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede
hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o
la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos
comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de
perdonar.
La verdad es que
Jesús no nos lo pone nada fácil, al contrario siempre nos está poniendo a
prueba, siempre nos da una segunda oportunidad ante los acontecimientos que
estamos viendo: la guerra de Ucrania, las leyes que últimamente está aprobando
nuestro gobierno, por eso siempre hemos de ver si los “signos de los tiempos”
somos capaces de verlos, aceptarlos y sobre todo darle un sentido evangélico.
No es fácil, pero es lo que nos puede tocar en los tiempos que corremos.
Ojalá que seamos
capaces de ver en los acontecimientos de la vida, la imagen y el signo de que
Dios sigue presente y actuando en nuestras vidas. Ojalá que seamos capaces de
descubrir en el otro la imagen de quien es el autor de la Vida, de nuestro
padre Dios; ojalá que el enemigo se vuelva hermano y que seamos capaces de
desterrar el odio que a veces ocupa nuestro corazón.
Hasta la próxima
Paco Mira