Escribe Paco Mira:


 EL QUE SUFRE ESTÁ GRITANDO, ¿NO LO OYES?

        A veces nos dan ganas de no coger el móvil. Cuando vemos un número interminable, pensando que es de un centro hospitalario – por ejemplo – lo cogemos sobre la marcha y resulta que es de una compañía de telefonía móvil, o de alguna compañía que nos presenta alguna oferta que entre otras cosas nos oferta o incluye una clausula de permanencia, que es el compromiso de no darse de baja del servicio durante un tiempo. Solemos ver la permanencia como algo negativo, que nos obliga, nos ata, … pero entiendo que aceptar la cláusula de permanencia conlleva una serie de beneficios que perderemos si nos damos de baja antes de tiempo, además de una penalización económica.
        La permanencia, en sentido amplio, consiste en mantenerse en un mismo estado, lugar o situación de una forma constante y estable; todo lo contrario a la tendencia del cambio continuo, a la superficialidad que genera la inseguridad. No hay que confundir permanencia con inmovilismo, con estar simplemente quieto, sin avanzar, ya que eso provoca estancamiento. La permanencia es algo positivo, que genera estabilidad y confianza, y por eso motiva a la persona a perseverar, a mantenerse a pesar de las dificultades, como lo hacen tantos misioneros, a los que se recuerda este fin de semana en la jornada del Domund.
        Atrás quedan los paseos de sábados por la mañana y por la tarde con la hucha del negrito para recordar que había que ser solidarios. Hoy en día, salir a la calle con una hucha pidiendo, es un riesgo nada aconsejable. Este fin de semana se nos recuerda que somos bautizados y enviados. Hace poco me decían que era como el que daba clase de matemáticas: de nada sirve que te sepas la teoría si no sabes resolver los problemas. De nada vale estar bautizados si quedamos en el inmovilismo, en la permanencia estática y no nos movemos, no sentimos la necesidad de ver el envío como algo propio y necesario.
        Seguro que podemos caer en el desánimo, sin embargo hay que insistir, como lo hará la viuda del evangelio de este fin de semana. Lo que la viuda pide no es un capricho, lo que pide es justicia. Y es justicia lo que piden y gritan los que están sufriendo. Decía no hace mucho mi amigo Monseñor Agrelo, “Que mientras algunos cumplimos con el precepto dominical y nos damos golpes de pecho, empujamos a muchos Cristos de carne y hueso a ahogarse en el mar o a las concertinas de muchas vallas”. Es la justicia de la viuda y del Cristo crucificado.
        Esta semana, María, nuestra Madre del Pino, también acudió a la llamada de los que sufren, de los que se han quedado sin una parte de su vida reflejada en su terreno, en sus animales, en su propia historia. Ha sido impresionante cómo ha sido la respuesta de sus hijos: da igual la hora a la que hay que levantarse; da igual la metereología; da igual si no puedo cumplir con ciertas obligaciones… mi madre me llama y acudo a ella.
        Todos los que sufren, esperan, llaman, gritan. Para algunos es una larga oscuridad que parece no tener amanecer. A veces me pregunto si en nuestro diálogo con Dios, no somos capaces de escucharlos cuando nos reclaman la justicia. Una justicia que llega a nuestro Padre Dios y que nosotros en su conversación con él no somos capaces de oírla.
        Maravillado me quedo con los que han cogido la maleta misionera: Manolín, Expedita, …. tantos y tantos laicos y seglares; tantos y tantos que sacrifican sus vacaciones para echar una mano fuera de la seguridad de su entorno. La viuda y ellos, gritan Hágannos justicia, ¿lo estamos escuchando o no?
        Hasta la próxima
        Paco Mira