Escribe Paco Mira:
VAMOS DE VIAJE
Si
cerramos los ojos y nos ponemos a soñar con ser un deportista de élite o nos
fijamos en alguno que nos cause simpatía, nos damos cuenta que no ha llegado
por arte de magia a lo que hoy en día es: esfuerzo, sacrificio, horas de gimnasio,
horas que le ha robado a la familia, cantidad de privaciones para poder llegar
hasta donde ha llegado.... es lo que podríamos denominar “el gymnasio de la
cuaresma”. En definitiva donde nos ponemos en forma para poder llegar a la
pascua en el mejor momento posible. Y para ello empezamos y comenzamos con algo
duro: el desiérto.
Cuando
alguna agencia de viaje nos oferta una excursión al desierto, seguro que no nos
falta de nada. Da gusto ir a un lugar inhóspito, infernal, nada confortante ni
recomendado. Las temperaturas no siempre son las más agradables. Al contrario,
lo que pretendemos es salir corriendo de una situación que no es la que
deseamos.
Dice
nuestro texto evangélico que el Espíritu, como si no fuera su amigo, lo fue
llevando.... Jesús se presenta como el caminante en el desiérto: buscando,
preguntándose, haciendo camino. El tiene que hacer y recorrer su propio camino.
Sentirá en su piel el drama interior de cómo puede ser fiel al camino trazado
por Dios. Tuvo la necesidad de discernir su camino, la voluntad del Padre, el
sentido de su existencia. La vida, como el desiérto, son siempre un lugar de
prueba y discernimiento.
Jesús nos
hace la invitación de acompañarle al desiérto, a entrar en nosotros mismos, a
luchar contra las tentaciones y encontrarnos con Dios. El desiérto, en la
Biblia, es un lugar de prueba y
tentación, morada del mal y de los malos espíritus que atacan al hombre. Pero
también es un lugar de encuentro con Dios, de decisiones y experiencias
divinas. En el desiérto se experimenta el enfrentamiento con el mal y al mismo
tiempo la ayuda de Dios.
Jesús
pasa cuarenta días. Teniendo su significado bíblico, también es el tiempo en el
que la prueba nos pone a cada uno en su sitio. El diablo es el adversario por
autonomasia del plan de Dios sobre la humanidad. Justifica el fin con medios
que avasallan y niegan la libertad de la persona.
La
primera tentación que se le propone a Jesús es la de renunciar a su condición
de hombre caminante: en su andar, sentirá hambre: Pero su verdadera hambre será
de justicia, de amor, de libertad y de fraternidad y por ello responderá con la
palabra de Dios.
La
segunda tentación es renunciar a la filiación con Dios en el servicio fraterno.
Es la prueba de los reinos de este mundo. Es la tentación del poder, del
dominio sobre los hombres, de la autoridad impuesta por la violencia. La
adoración a Dios y solo a Dios, nos hace rebeldes, libres y fraternos.
La
tercera tentación es provocar a Dios. Es la tentación del prestigio: utilizar
pordigios llamativos para embaucar a la gente. Es la tentación de la falta de
responsabilidad: provocar la providencia de Dios no haciendo nada por nuestra
parte. En el fondo es la tentación de renunciar a la cruz.
Está
claro que Dios no nos lo pone fácil. Y no lo hace no por nada, sino para que el
ser humano se de cuenta que el camino que lleva a la salvación pasa por la
cruz, para por la dureza de la vida en la que estamos viviendo en el momento
presente y que nos va a poner en bandeja todo lo necesario para dejar
arrinconado a Dios en el trastero de nuestra vida.
Hemos
sido creados libres, libres para amar; para parecernos a nuestro creador. Y
porque somos libres, podemos escoger voluntariamente lo contrario y pasar de
amar a amarnos, del amor al egoismo y no hay más que un paso. La vida nos lleva
a elegir continuamente, lo que quiere decir que la tentación se nos presenta
permanentemente en las pequeñas tentaciones de cada día, que nos pueden empujar
a ser lo que no querríamos.
Pasemos
por el desiérto de la vida, y descubramos las tentaciones como algo propio de
superación.
Hasta la
próxima
Paco Mira