Escribe Paco Mira:
LA CARA ES EL ESPEJO
DEL ALMA
Hace unas
semanas fue noticia que una actriz, bastante bien valorada, había publicado
tiempo atrás unos comentarios en redes sociales que presuntamente resultaban
inaceptables. Esto provocó sorpresa en muchos que hasta ese momento la habían
ensalzado y en pocos días vio anuladas sus apariciones públicas. Más allá de
las circunstancias de este hecho, esta situación se produce con bastante
frecuencia, no sólo en el ámbito público o redes sociales, sino también en
nuestro entorno más cercano: tenemos muy buena opinión de una persona, pero un
día leemos o escuchamos lo que dice al respecto a algún tema y nos sorprende
negativamente, y nos sentimos engañados.
Una de
las tendencias de la moda actual es la de tener un entrenador personal, en el
cultivo físico, en el gimnasio; un sícologo de cabecera para ayudarnos a
centrar nuestra vida; un director artístico... y, así, un largo etc. Todos
necesitamos ser guiados o, como se dice ahora, acompañados. La vida cristiana
es de largo recorrido y hemos de andarla con otros, para no perdernos ni
desanimarnos, contando con líderes y acompañantes que nos marquen una ruta.
Nuestros
padres y familiares los queremos siempre y algunos serán unos modelos a imitar
a lo largo de toda nuestra vida. Lo primero que tenemos que hacer es adivinar
el fondo de la persona. El que es bueno, nos dice el evangelio, de la bondad
que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el
mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. Para buscar a alguien
a quien podamos seguir o imitar, no hemos de quedarnos en las apariencias, en
comportamientos falsos e impostados. De su mano podríamos dar un mal paso para
caer en el abismo.
Por eso,
Jesús pone unos ejemplos claros: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?. No
se trata de una ceguera física, sino de la mirada de quienes lo hacen no como
Dios, sino como ellos mismos. Otra: No está el discípulo sobre el Maestro. El
que transmite sus propias ideas suplanta al verdadero Maestro, que es Jesús,
con las nefastas consecuencias que los mesianismos han provocado a lo largo de
la historia. Hay que decir con el Papa Francisco: ya no decimos que somos
discípulos y misioneros, sino que somos siempre discípulos y misioneros.
La mota
en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. El que no tiene la mirada de Dios,
acaba convirtiéndose en un hipócrita, alguien que acaba convirtiéndose en
árbitro y juez de los demás pero que no reconoce sus propios errores. Cada
árbol se conoce por sus frutos. Por mucho que usemos muchos gestos de fe, si no
brotan de la verdadera experiencia personal de encuentro con el Señor, acabamos
deleitándonos en nuestra propia hipocresía, porque en realidad nuestro corazón
rebosa sólo de nuestras propias ideas, no las de Jesús. Y, lo que es peor,
haremos brotar frutos malos en nosotros y en quienes nos hayan creído.
Sin duda
que la cara es el espejo del alma y de todo nuestro interior. Cuando nuestra
madre nos decía, a ti te pasa algo, aunque nosotros negaramos la evidencia,
sabíamos que a ella nadie le podía engañar y que en el fondo era verdad lo que
ella detectaba en nuestra cara. Si la cara es el espejo del alma, podemos
preguntarnos si nuestro espejo es Dios en el que nos miramos; si nuestro espejo
son las acciones que hacemos a lo largo de nuestra vida, pero no según nosotros
creemos sino según lo que Dios quiere para cada uno de nosotros.
Vamoa a
iniciar un tiempo maravilloso de volvernos a Dios, de volvernos desde nosotros
mismos a la conversión y al perdón. Vamos a iniciar la cuaresma que es la
oportunidad anual que Dios nos oferta para actuar como él quiere que lo
hagamos. Lo que rebosa del corazón lo habla la boca es el final del evangelio
de hoy y es lo que nos hace auténticos ante el Padre y verdaderos creyentes en
medio de los hombres. Y es que la hipocresía y el fariseísmo nada tienen que
ver con el evangelio de Jesús. En no pocas ocasiones los cristianos velamos,
más que revelamos, la vida y el mensaje de Jesús con nuestras palabras y obras.
Hasta la
próxima
Paco Mira