Escribe Paco Mira
LA SINODALIDAD YA EN JERUSALÉN
A veces
pensamos que estamos inventando las cosas. Mucha gente, cuando el Papa convocó
el Sínodo, lo vio como una novedad, algo sin precedentes. Y es verdad, pero de
la forma que lo convocó el Papa: no de arriba hacia abajo, sino al revés: de
abajo hacia arriba. Que el pueblo se manifestase y hablase en función de la
Iglesia que quiere tener, de la Iglesia del nuevo milenio, de una Iglesia en
horas bajas, una Iglesia que en su camino de la vida diaria parece tener más
sombras que luces y lucha porque eso no sea así. No es fácil, pero lo intenta.
El Papa Francisco
nos invita a la participación, no demos la callada por respuesta, nuestra
palabra cuenta tanto como la de él, puesto que todos somos bautizados y todos
estamos metidos en el mismo barco. Por ello no podremos quejarnos de aquello que
no discutimos; El Papa también nos invita a la comunión, a caminar juntos en la
misma dirección. Este, la Iglesia, es un barco común para todos, no para
privilegiados, es para todos: para los de cerca y para los de lejos, por ello
el Papa invitaba a que se llamara a los alejados, incluso a los que no creen en
Dios, porque ellos pueden tener una visión de nuestra Iglesia un poco más
objetiva; y el Papa también nos invitaba a la misión, a no quedarnos encerrados
por miedo a nada ni a nadie, sino a proclamar que la llama del cirio pascual la
hemos de llevar en el interior de nuestro corazón para que alumbre a los que
confían en nosotros.
Cuento esto,
porque hoy la liturgia nos habla de sinodalidad, de concilio, el de Jerusalén.
De cómo las primeras comunidades cristianas no tomaban las decisiones por su
cuenta, sino que lo hacían de una manera colegiada, en un concilio. Cuando las
cosas no iban bien, cuando no se coincidía en las determinaciones a tomar,
cuando las decisiones que tenían que ser unánimes, todos en común y de acuerdo se
reunían para que la decisión fuera colegiada, siempre desde el amor y la
tolerancia y no desde la autoridad dictadora, como dice el evangelio “el que
me ama guardará mi palabra”.
¡Qué bien lo
entendió Francisco y qué poco lo entendemos nosotros dos mil años más tarde!.
Todo lo que se hace en grupo, en grupo funciona mejor. Todos nos sentimos
responsables, y la responsabilidad es compartida. Todos nos sentimos en comunión
y en comunión se ha de realizar la labor. A veces oímos voces, lejanas o
cercanas, que invitan al desánimo, que nos desalientas, que nos hacen tirar la
toalla, y sin embargo la mirada ha de ser al Padre de quien viene toda palabra.
Estamos en un mundo
falto de paz, hambriento de paz, deseoso de la paz… sin embargo para nosotros
parece quedar muy lejano el deseo de esa paz. Estamos en un mundo donde el odio,
la violencia, el silbido de las balas… parece ser la sinfonía de nuestra vida,
y sin embargo Jesús nos vuelve a recordar aquello que repetimos todos los días:
“mi paz les dejo, mi paz les doy”. ¿No nos sirve la paz de Jesús?. Si es
así, es que no hemos entendido para nada su mensaje.
Todos hablan de
paz pero no es fácil decir en qué consiste. Todos dicen desearla y buscarla
pero no se sabe bien como alcanzarla. Intuimos que es un bien precioso, no solo
para la vida personal de cada uno, sino para la convivencia de la humanidad
entera. Debería ser lo primero para asegurar una vida digna y dichosa para
todos. Pero casi siempre es lo primero que estropeamos.
¿Por qué es tan
difícil la paz? ¿Por qué fracasa una y otra vez el diálogo? ¿Por qué se vuelve
una y otra vez al enfrentamiento y a la agresión mutua? ¿por qué se ponen
tantos obstáculos a la concordia?. La respuesta puede ser elemental y sencilla
y que nadie se la toma en serio: solo los hombres que poseen paz pueden ponerla
en la sociedad.
Amigos, estamos, con
nuestro sínodo, en un momento histórico. Un momento como el que vivieron Pablo
y Bernabé en Jerusalén. Tenemos la palabra: usemos ese derecho para reivindicar
el papel de la participación y de la comunión. Seguro que la misión será más fácil.
Feliz Pascua
Hasta la próxima
Paco Mira