Escribe Paco Mira:
¿HOSANNA
HEY, SINODAL?
Seguro que si había
covid19 hace dos mil años, la gente o no lo notaba, o pasaba olímpicamente del
contagio, pero lo que sí debió suceder aquel día, en Jerusalén, es que era un
acontecimiento lo suficientemente importante como para no perdérselo. Un hombre
humilde, sencillo… montado en un asno, que es aclamado como cualquiera de las
estrellas de hoy en día. Seguro que tuvieron que intervenir las fuerzas del
orden, para que este orden, tan establecido, no se resquebrajara. Hosamna al
Hijo de David, era el grito unánime, aplausos, piropos, como si fuera el nombre
de cualquier famoso, o político, o personaje público.
Creo que fue un grito
sinodal: todos reconocieron al unísono la importancia de aquel hombre, por ello
todos estaban citados para que a su paso la unión hiciera la fuerza, aunque
fuera de palabra. Todos, sinodalmente, caminaron en la misma dirección,
entonaban lo mismo, eran una piña con la humildad montada en un asno.
¿Pero qué debió pasar
para que eso se torciera de la manera que lo hizo?. ¿Cómo es posible que la
humildad personificada acabe en lo alto de una cruz para escarnio y ejemplo de
todos los que lo miraran desde donde lo hicieran?. En la imagen del crucificado está la imagen de personas
que sufren, crucificadas por la desgracia, las injusticias y el olvido:
enfermos privados de cuidados, mujeres maltratadas, ancianos ignorados, niños y
niñas violados, emigrantes sin papeles ni futuro, en muchos países, entre ellos
Ucrania, las balas silban todos los días.Y gente, mucha gente hundida en la
miseria. Deportados por la guerra, no solamente de Ucrania. Según el último
informe de Cáritas, en España hay once millones de personas en exclusión
social.
Es difícil imaginar un
símbolo más cargado de esperanza que esa cruz plantada por los cristianos en
todas partes: memoria conmovedora de un Dios crucificado y recuerdo permanente
de su identificación con todos los inocentes que sufren de manera injusta en
nuestro mundo, que son muchos.
Esa cruz, levantada
entre nuestras cruces, nos recuerda que Dios sufre con nosotros. A Dios le
duele el hambre de tantos y tantos que la padecen; a Dios le duele y sufre con
los asesinados y torturados con motivo de la guerra; Dios llora con las mujeres
maltratadas en su hogar… no sabemos explicar la raíz de tanto mal. Y quizás,
aunque lo supiéramos, no nos serviría de mucho. Solo sabemos que Dios sufre con
el que sufre y eso lo cambia todo.
Pero los símbolos pueden
quedar solamente en eso, si no sabemos descubrir la realidad del contenido.
¿Qué significa la imagen del crucificado si no vemos en él el sufrimiento, la
soledad, el dolor, la tortura de tantos hijos de Dios?. ¿Qué significa, por
ejemplo, la cruz en nuestro pecho, si no sabemos cargar con la más pequeña cruz
de tantas personas que sufren junto a nosotros?.¿Qué significa el beso al
crucificado, si no despierta en nosotros el cariño, acogida y acercamiento a
quienes viven crucificados?.
La contemplación de la
cruz, del Crucificado desenmascara como nadie nuestras mentiras y cobardías.
Desde el silencio temeroso de la cruz, él es el juez más firme y manso del
aburguesamiento de nuestra fe, y de nuestra indiferencia a tantos y tantos
crucificados. Para adorar el misterio de un Dios crucificado, no basta celebrar
la semana santa; es necesario, además, acercarse a los crucificados, semana
tras semana.
Ahora que hemos
terminado nuestra fase arciprestal del sínodo, sería una buena idea caminar
juntos para contemplar en el Dios crucificado a tantos y tantos que conviven
con nosotros y que necesitan de nuestra comprensión y ayuda; que necesitan que
aclamemos el Hosamna no solamente un domingo de ramos, sino que todos los días
tenemos que iniciar una semana de resurrección, porque como hemos contemplado
en la parábola del Hijo pródigo, «este Hijo que estaba perdido, ha vuelto a la
vida, ha resucitado».
Ojalá que la semana
santa, sea sinodal, porque todos, y entre todos, cantamos que Jesús de Nazaret
es el ejemplo a seguir en nuestra vida.
Hasta la próxima
Paco Mira