Diario de un cura:
LIDIA TENÍA HAMBRE
En cierta ocasión, me cuenta un amigo, paseando por la
calle, vi en un rincón, aterida de frío y hambre, a una niña de apenas cinco
años. Tenía la cara tapada con las manos y con las lágrimas. Aquella chiquilla
de nombre Lidia, tenía hambre, y sobre todo, carecía de cariño. A mí el corazón
se me desgarró y me enfadé contra Dios y le dije:
-¿Por qué permites estas cosas Dios? ¿Eres tú ese Dios
justo del que se habla en las iglesias? ¿Por qué no haces nada para solucionar
estos problemas?
Dios guardó silencio y yo me volví a mi casa. Cuando,
después de cenar, me disponía a descansar, entonces Dios me contestó, no sé
cómo, pero yo lo escuché esto:
-Me decías que por qué yo no hacía nada
por aquella niña abandonada. Y te digo la verdad: Yo sí que he hecho algo. Te
he hecho a ti. Te he hecho a ti, y a otros, para que vayan a socorrer a esa
niña y a otras muchas personas.
Ésta es la historia que suelo contar cuando alguien culpa a
Dios de los males de este mundo, como si Él fuera responsable y no nosotros
mismos que lo permitimos, sabiendo que
evitarlo está en nuestras manos.
Admiro a la gente que es consciente de que nosotros podemos
evitar la mayoría de los problemas. Aunque nos resulte más cómodo echar la culpa a Dios, a la Iglesia o a otras personas sin incluirnos nosotros.
Hace unos días, con motivo de Domund, hablé de los
misioneros que lo arriesgan todo por ayudar a personas que no son ni de su
familia, ni de sus amigos, ni tampoco vecinos: Ellos dejan la tierra y la
familia y se lanzan a la aventura de
compartir con otros lo que ellos recibieron en abundancia. Y recuerdo con
gratitud a los amigos de aquí que decidieron
entregar su vida en América o África: Carmen Nieves, Hija de la Caridad, de la
Isla de La Palma que trabajó duramente
en la selva de Bolivia por salvar
a niñas como Lidia; a Manolo Medina cura diocesano que no aguantaba el soplo
del Espíritu que lo llamaba a América y se entregó al pueblo sencillo de Colombia;
a Isidoro Sánchez que ahora es cura de
Castillo del Romeral y dio los mejores años de su vida en Nicaragua... Manolín
Ramírez, sacerdote de Ingenio que anda
por Mozambique dando su juventud y su fe con todas sus energías. Y otros más, como Inmaculada, de Firgas, que en Malawi sacó
adelante un hospital para la gente más pobre y abandonada.
Y junto con
ellos otros muchísimos jóvenes y adultos que un día y otro me hablan de sus ansias
de hacer algo más por los otros.
Pero mi admiración por los misioneros de mares afuera o
tierra adentro, cuestiona también mi vida:
¿Y no puedo también ser misionero?
Muchos lo hacen echando una mano aquí al ladito, en Cáritas, o
Protección civil o Cruz Roja. Y otras muchas ONG.
Me emocionaba estos días viendo cómo la gente de nuestros
pueblos, muchas de ellas con poquísimos recursos están solidarizándose con los afectados por el volcán de la Isla de La
Palma. Es otra forma de ser misionero, tan evangélica como la de mis amigos que
trabajan en América o en África. Benditos misioneros que se esfuerzan, cerca o
lejos, por los demás.
Dios, no eres Tú el culpable, estoy seguro.
Gracias a ti, esa niña de 5 años, Lidia, aterida de frío y hambre, ya está siendo
atendida. No fue necesario un milagro tuyo. Lo has hecho a través de los
misioneros y misioneras de acá y de allá.
Cuando te culpamos a ti o a la Iglesia, es que, seguro, no hemos
levantado un dedo para ayudar a Lidia o
a otros niños y niñas que esperan de nosotros lo que Dios nos dio.