DIARIO DE UN CURA:
EL BELÉN ESTÁ EN LA CALLE
-Necesito
una manta porque me estoy quedando en la calle y esta noche hace frío.
Pero no
había manta y se marcharon.
Miguel,
un catequista, rompió más tarde el trabajo silencioso para sentenciar:
-Creo
que el belén, el de verdad, está en la
plaza. Y todos quedaron callados
Al día
siguiente me lo contó Lina, otra catequista allí presente.
-Cuando
llegué a mi casa, contaba, no me atrevía a irme a la cama sabiendo que aquel
chico estaba sin manta y yo con tantas.
Se lo dije a mi marido y nos fuimos los dos a la plaza. Por lo menos esa noche
tuvo con qué abrigarse.
También
a mí me hizo pensar. Hacer un belén supone
algo más que colocar unas figuras. Andar entre objetos religiosos sea en Navidad, semana santa o cualquier
fecha no es un fin en sí mismo. Siempre compromete. Siempre debe comprometer.
El belén o la misa nunca pueden desentendernos
de los problemas de la calle sino al revés.
Así lo
entendió, por ejemplo Mila. Esta semana me envió una foto y un mensaje:
“Suso,
esta planta que ves en la maceta me la diste en adviento del año pasado a mí y
a otros colaboradores de la parroquia. Y dijiste que la cuidáramos porque
simbolizaba los cuidados que hemos de dar a los demás. Me ha servido para
reflexionar sobre cuántas cosas tengo que cuidar: Mis hijos, mi madre, mi
padre, mi trabajo, mi parroquia… pero cuando a veces decido parar porque me
siento un poco agobiada me doy cuenta de
que todo eso es una bendición y que
realmente soy feliz cuidando de todo
eso. También me doy cuenta de que no soy
yo la que realmente cuida de todo sino Dios a través de mí y por eso me siento dichosa”.
Ahora
estoy aquí, frente al ordenador. Y
también me siento dichoso, como Mila, como Miguel, como Lina intentando que
todo esto del adviento y la Navidad, tenga sentido. En la misa del domingo los
niños y muchos mayores sembraron el trigo en el belén de la iglesia. Se
acercaban y ponían sus manos para que yo les dejara un puñado de semillas. Les
comenté que este año el trigo se llama Alegría y que, por tanto, iban a sembrar
alegría.
Una
chica me pidió un poco más de trigo porque quería sembrarlo también en un
huerto de la plaza. Así la alegría, me dijo, no crece solamente aquí.
Claro,
le respondí, el belén, el de verdad, está en la calle.
Y le
llené sus manos. Y nos alegramos los dos.