DIARIO DE UN CURA:

LA PASTORAL DEL CAFÉ

Desde hace ya muchos años mantengo la costumbre diaria de tomar un café con alguna gente amiga. Dicen algunos que no es saludable. Seguro que no  han probado el efecto medicinal-espiritual que produce.

María  llegó a la iglesia por la mañana y me invitó a  tomar algo en la cafetería cercana para hablar de un tema que le preocupaba. Yo no podía en aquel momento y le sugerí que, mejor,  me llamara más tarde al teléfono de la parroquia. Y así lo hizo. A las cuatro de la tarde, ya en la casa parroquial,  María me llamó.  Y antes de contarme nada,  me hizo la misma pregunta.

-¿Tomamos un café y hablamos?  Ella notó mi sorpresa y siguió:

-No, no quiero que salga. Usted se toma el café en su casa y yo en la mía. Y mientras, hablamos.

Así hicimos.     Yo  me metí en la cocina, puse la cafetera al fuego  y seguimos hablando largamente entre sorbo y sorbo. 

Esta experiencia de hace bien poco, me abrió los ojos a comprender mejor esta novedad que estamos viviendo con la pandemia. Necesitamos suplir algunas presencias.  De hecho es algo que ya estamos haciendo con las eucaristías. Con los que no pueden, compartimos la misa a distancia a través de facebook o youtube. Como el mejor de los cafés.

 Creo en la pastoral del café. Un café relajado facilita el diálogo, sin apuros, ayuda a conocer mejor al otro o  a organizarnos, a programar, a reír. Cuántos momentos interesantes,  inolvidables,  vividos en la cocina de la casa parroquial  o en el bar de al lado.

Los curas de mi generación empezamos siendo pastores que visitábamos a las familias y  compartíamos tiempo en las Asociaciones de Vecinos o las cafeterías.  Las reuniones de preparación al bautismo las hacíamos casa por  casa, en donde nunca faltaba la tacita de café o  la copita de vino.  Cuando fui cura de Ojos de Garza invitaban siempre a un café o a un coñac.  

Después llegó otra época en la que  lo que se valoraba eran las reuniones. Había que reunirse con todos los grupos todas las semanas  y ya no teníamos tiempo para charlar pausadamente con la gente del pueblo. El contacto personal se enfrió y nos pasábamos las horas de la tarde de reunión en reunión.

Ahora que  la vida nos está cambiando, parece que se nos abre las puertas a otro tipo de pastoral más personalizada. Diálogo de tu a tú en la plaza,  a través de las redes sociales  o el teléfono fijo de siempre.   

Tengo la suerte, con perdón de mi médico de familia y de la pastilla para la tensión, que me gusta el café y me cae bien. Cuento con  una larga lista de “cafeteros y cafeteras sin fronteras” que me han ayudado a llevar con paz y serenidad los  distintos momentos de la comunidad.

Ahora mismo, si alguien quiere, nos tomamos un cafelito on line.

Bienvenida  la pastoral del café.