DIARIO DE UN CURA:
Mascarillas.
El pasado lunes tocaron en la puerta de
mi casa. Abrí, era un chico joven. Tenía puesta la mascarilla y no pude adivinar si su cara era
de preocupación o de alegría. Como la tarde estaba agradable, no le invité a
pasar pero sí a sentarnos en el muro delante de la casa parroquial.
Me dijo que se llamaba Adrián. Empezó a
hablar y ya no necesité ver su rostro para descubrir detrás de la mascarilla
oscura a un muchacho preocupado, triste, indeciso, lloroso, engañado y con miedo.
-Me invitaron a entrar en una religión,
me dijo, en donde había que utilizar
animales muertos e invocar espíritus. Dijeron que resolverían mis problemas.
Pero añadieron unos cuantos más y más graves a los que yo ya tenía. Llevo
noches sin dormir. Yo soy cristiano, me aseguró, aunque no practico y siento que he hecho algo
muy grave.
En ese momento me alegré de ser cura y de
poder atender a alguien que no conocía
pero que necesitaba ser escuchado. Y esa noche yo dormí muy bien. Estoy seguro que Roberto también descansó.
También a mí a veces me cuesta coger el sueño si he sido poco
amable con alguien. O cuando no he sabido dar respuesta adecuada a quien me
transmite su preocupación. O cuando me
pongo la otra mascarilla que me impide ver lo bueno de los demás.
Yo soy poco fisonomista. Y ahora, en
estos tiempos de pandemia, tengo que hacer un esfuerzo especial para reconocer
a la persona que está detrás de la mascarilla. Me viene bien, porque me obligo
a observar más a los ojos e interpretar lo que me dice la mirada. Creo que con ella se expresan mejor
los sentimientos.
Y así, con mascarilla, mirando a los
ojos, me enfrento a un verano sin vacaciones. Empezaré agosto intentando
revivir mi compromiso de hace 50 años cuando prometí
servir con alegría a la comunidad a la que me enviara el obispo. La vida
siempre es nueva y hay que estar inventando y haciendo nuevos proyectos. El próximo curso, seguro, habrá novedades en la catequesis; misas
más participadas en las casas que en las iglesias, menos reuniones y más
diálogos personales. ¡Aleluya!
Y tendrá uno que aprender a usar mejor
las redes sociales. Y a confiar
plenamente en las personas que intentan conseguir que una eucaristía en la que
participamos sesenta personas con mascarilla
pueda ser seguida por más de cien sin ella. Un voto de confianza y gratitud para Alexis, Loly, Tony, Marimar, y
otros que hacen ese milagrito de Internet para que
nadie que lo desee se quede sin la eucaristía y sin la comunidad.
Estaba yo en eso cuando hace apenas una
hora al encender el ordenador me
encuentro con un mensaje y una foto que me sorprendió. Lo leí: “Si le
parece, mañana nos podemos ver en misa y
al terminar, si usted puede, hablamos porque empiezo a ser otro.”
La foto era de Adrián sin mascarilla. Sonriendo.