DIARIO DE UN CURA
INGENIO,A PIE
Me molestaba subir al coche por un dolor lumbar y empecé a moverme a pie. Así llevo algo más veinte días. Y la cosa es que, poquito a poco,  he descubierto que vale la  pena. A las cinco me echo a caminar hasta la Parroquia del Cristo. Y cuando acabo la misa, me toca subir a La  Candelaria. El trayecto es nuevo cada día: Bajada por la Bagacera o por El Pueblo y subidas por  la Avenida de América  o La Pastrana…. Paradas no programadas para saludar a Adela, de la guardería Trapitos. O para entrar a la casa de Juan. O saludar al señor de la frutería. O tomar el café en El Ejido. O coincidir con Manolo que te invita a una sesión de masaje o caminar durante un rato con Pepe Cabrera que te cuenta lo de su último libro.
Ahora me molesta subir al coche, no por ningún dolor sino por todos los encuentros que me perdería: diálogos  con personas que no veo en la iglesia y la posibilidad de pararme ante algunos edificios que me pasaban inadvertidos.
Cuando paso por El Ejido, desde el Bar Y Punto siempre alguien  me saluda cerveza en mano. En El Cuarto es raro no encontrarme con  alguna vieja amistad de la zona.
Esta tarde, cuando pasaba por El Puente, un niño y una niña hablaban de la Luna, qué curioso. Ellos iban delante junto a una señora, supongo que su abuela:
-Cuando la luna es roja es porque hay eclipse de luna, explicaba el niño. Y la chica, de unos ocho años le preguntó si alguna vez la luna era azul. Pero el chico no  quiso o no supo responder  y cambió bruscamente de tema, dejándome también a mí con la duda.  Íbamos ya por el Taller de Artesanía, el mismo lugar que, de niño, fue mi escuela. Poco más arriba, un matrimonio me enseña la antigua casa que están restaurando llenos de ilusión.   
Cuando llego a mi destino, entro a la iglesia, sudoroso y contento de la experiencia del camino. Apenas treinta minutos de subida que  me hacen pensar: “vale más esta vivencia que muchas de las reuniones en las que he perdido el tiempo”.  Y justo ahora, cuando abro el correo, encuentro un mensaje de mi amigo sacerdote Rudy que conocí en Guatemala: Me manda algunas fotos desde su nueva parroquia en  Livingston (Guatemala) y me comenta: “Esta semana me he reunido con 200 agentes de pastoral en las aldeas más lejanas. He tenido que ir en lancha por mar y ríos. Luego, caminar dos horas a pie en la montaña. Una bonita experiencia con los coros, los ancianos, los ministros extraordinarios, catequistas y celebradores de la Palabra. Tenemos que llevar un traductor  pues no conocemos su idioma”
Camina, Rudy, que valen la pena esas horas a pie, o atravesando los ríos guatemaltecos.  Siento envidia sana de tu experiencia. Y no sé por qué, pero pienso que algún día, en esas aldeas lejanas que también tuve la suerte de patear, podrás ver la luna. Si algún día la ves azul, dímelo que me gustaría de contárselo a la niña que hoy subía por El Puente.