DIARIO DE UN CURA
INGENIO,A PIE

Ahora me molesta subir al coche, no por ningún dolor sino por todos los encuentros que me perdería: diálogos con personas que no veo en la iglesia y la posibilidad de pararme ante algunos edificios que me pasaban inadvertidos.
Cuando paso por El Ejido, desde el Bar Y Punto siempre alguien me saluda cerveza en mano. En El Cuarto es raro no encontrarme con alguna vieja amistad de la zona.

-Cuando la luna es roja es porque hay eclipse de luna, explicaba el niño. Y la chica, de unos ocho años le preguntó si alguna vez la luna era azul. Pero el chico no quiso o no supo responder y cambió bruscamente de tema, dejándome también a mí con la duda. Íbamos ya por el Taller de Artesanía, el mismo lugar que, de niño, fue mi escuela. Poco más arriba, un matrimonio me enseña la antigua casa que están restaurando llenos de ilusión.
Cuando llego a mi destino, entro a la iglesia, sudoroso y contento de la experiencia del camino. Apenas treinta minutos de subida que me hacen pensar: “vale más esta vivencia que muchas de las reuniones en las que he perdido el tiempo”. Y justo ahora, cuando abro el correo, encuentro un mensaje de mi amigo sacerdote Rudy que conocí en Guatemala: Me manda algunas fotos desde su nueva parroquia en Livingston (Guatemala) y me comenta: “Esta semana me he reunido con 200 agentes de pastoral en las aldeas más lejanas. He tenido que ir en lancha por mar y ríos. Luego, caminar dos horas a pie en la montaña. Una bonita experiencia con los coros, los ancianos, los ministros extraordinarios, catequistas y celebradores de la Palabra. Tenemos que llevar un traductor pues no conocemos su idioma”
