Escribe Paco Mira:
EL PESO DE LA LEY, EL PERDÓN
En
esta etapa final de la Cuaresma es muy habitual que en las comunidades parroquiales,
se organicen celebraciones penitenciales comunitarias, con confesión y
absolución individuales. Y, salvo excepciones, de año en año se nota la
disminución de la participación en estas celebraciones. Y lo mismo ocurre el
resto del año: cada vez son menos los fieles que piden confesión. Las causas
son muchas: separación entre fe y vida, pérdida del sentido del pecado pero hay
una que supone un fuerte obstáculo: ‘Decir los pecados al confesor’. Muchos
piensan que por qué deben contarle al cura sus pecados, y por eso prescinden de
este Sacramento.
La mayor desfiguración del Dios de Jesucristo es aplicarle el
rostro de juez y de condena. Pasar de la bendición al miedo es lo propio del
pecado y del alejamiento de Dios, aún cuando se haga en su nombre. La historia
lo es de salvación por voluntad propia del que la dirige y acompaña. El
enfrentamiento de Dios contra el mal y el pecado sólo lo es en función de la
curación, la sanación y la liberación de los que están sometidos y lo sufren.
El pasaje de la mujer adúltera es una lección para los que se
creen justos y desprecian a los demás. El filósofo dijo que «el hombre era lobo
para el hombre», es decir un ser que se realiza destruyendo, sometiendo y
devorando al otro. Tal vez la definición sea exagerada, pero observando el
medio ambiente político que vivimos y los acontecimientos bélicos del momento,
algo de verdad puede tener..
Desde una observación imparcial es imposible no ver como hay
personas que parecen realizarse solo cuando encuentran carnaza que devorar,
cuando tienen a tiro de piedra algún adúltero o adúltera, con quien desahogarse
dando rienda suelta a la violencia que generan sus propias frustraciones
activando sus malas maneras. Así regocijándose en la miseria del otro, muestra
el fariseo-hombre-lobo su personalidad: es un ser acomplejado e inseguro.
Aquellos que pretenden
poner en evidencia a Jesús a costa de la mujer adúltera, pertenecen a ese
gremio de los fariseos-hombres-lobo comedores de carroña, raza de los que se
creen impecables y por tanto convencidos de su derecho a juzgar y decidir sobre
los demás con total impunidad. Incluso en nuestras comunidades parroquiales:
caritas, liturgia, catequesis... nos creemos por encima de los demás.
Pero el encuentro sincero con Jesús, hizo que aquellos
fariseos tuvieran la honradez de mirar su propia pecado y desde ahí fueron
capaces de mostrar misericordia. Aquellos judíos acusadores son pues,
criticables por una parte, pero dignos de consideración por el valor de
reconocer su propio error. Iniciaron ahí su conversión al Dios del perdón.
Este domingo, previo al domingo de Ramos, el evangelio nos
pone ante nosotros mismos. Quiere que miremos nuestras manos cargadas de
piedras dispuestas a ser arrojadas sobre los demás sin misericordia. Deberíamos
preguntarnos si estamos libres de pecado; si no somos tan miserables como los
adúlteros que los que apedreo con mis juicios mentales y con mis palabras. Con
qué derechos nos erijimos en acusadores de nuestros hermanos.
El perdón de Dios nos abre a una vida nueva, como a la mujer
pecadora del evangelio y quien sabe si también a los acusarodes.
Hasta la
próxima
Paco Mira