Escribe Paco Mira:

¿DE QUÉ PASTOR HABLAMOS?: DEMOS GRACIAS POR ELLOS

 

        Este fin de semana tenemos por delante una de las definiciones más famosas que Jesús hace de sí mismo. Incluso creo que es una definición que a muchos cristianos no les gusta porque parece peyorativa. Es más, en nuestra sociedad del bienestar, cuando alguien nos quiere menospreciar por algo, se recurre al rebaño, a que somos como ovejas, que donde va la primera, la que tiene el cencerro, allí van las demás. No necesitamos que nadie nos gobierne y nos controle nuestra vida. No necesitamos ningún pastor.

        Creo que los cristianos vivimos una relación bastante pobre con Jesús. Creo que no creemos que él cuida de nosotros y por ello necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable. Cuando el Papa Francisco dijo que quería pastores “que olieran a oveja”, la frase se ha hecho viral en todo el mundo. Cuando tenemos la imagen de un pastor que huele a sus animales, que incluso lo vemos embarrado como lo están sus animales, cuando en invierno y verano se levanta a las tres de la mañana o incluso duerme con ellos cuando alguno va a parir... el amor hacia ellos es el sustento de su vida, al margen de lo que económicamente le pueda reportar.

        El pastor bueno se preocupa de sus ovejas, no las abandona nunca, no las olvida, vive pendiente de ellas, atento a las débiles y enfermas... no como el pastor mercenario cuando ve el peligro, lo primero que hace es salir corriendo, porque no le importan las ovejas. El pastor no puede vivir a su aire, alejado del olor que desprende el rebaño. Un olor que se impregna, sabe lo que necesita el mismo y por ello lo ama.

        Toda la vida de Jesús es un misterio de amor y de entrega generosa, sin cobrar una nómina al final del mes. Solo en la fuerza de su amor es posible el amor entre las ovejas del rebaño. La comunidad evangelizadora es aquella que se dispone a acompañar a todas las ovejas, estén o no en el redil. Acompañar a la humanidad en todas sus situaciones de dolor y sufrimiento, también de gozo y alegría.

        Ser ese buen pastor que cuida del espacio que necesitan las ovejas para crecer, para madurar y para vivir. Ser ese pastor que se entrega no es fácil, pero siempre es más liviano si nos dejamos impregnar del olor de Cristo, nuestro Pastor.

        El pastor bueno es el que da la vida por sus ovejas. El amor de Jesús no tiene límites, ama a los demás más que a sí mismo, que no huye del peligro, que cuando se pierde una, no dice ¡por una no me molesto!, sino que deja las 99 y va por la que estaba perdida, la echa al hombro y la vuelve a incorporar al rebaño. Por eso los primeros cristianos recitaban, “el Señor es mi Pastor, nada me falta”.

        Probablemente, a lo largo de nuestra vida, hemos conocido muchos pastores por los que tenemos que dar gracias a Dios: nuestros padres, nuestros abuelos, algún médico que nos sirvió de consuelo, algún compañero que en un momento determinado de nuestra vida nos sirvió como muro de las lamentaciones, profesores que muchas veces más que conocimientos nos enseñaron testimonios y ganas de vivir.

        También puede haber malos pastores. Aquellos que viven su trabajo solo por el salario sin importarle sus rebaños. Estos no huelen a oveja, no se embarran con ellas, sino que huelen a dinero, avaricia y explotación. Seguro que son de verborrea fácil, son de los que corrijen a los demás, porque no ven la viga que tienen en su ojo.

        Sepamos reconocer al buen pastor, al que nos cuida, quiere y mima.

 

 

        Hasta la próxima

        Paco Mira