Escribe
Paco Mira:
QUEREMOS
VER A JESÚS
Cuando nos interesa algo, lo buscamos con ahínco y con
ansiedad. Cuando alguien nos da una muestra publicitaria de un perfume de una
marca no conocida, y nos gusta y nos interesa comprarla, enseguida preguntamos
donde podemos conseguirla o dónde la venden. Incluso podemos llegar a ponerlo
en internet y rápidamente aparecen las tiendas donde podemos conseguirlo. Eso
nos suele pasar en Navidad con algún número de lotería que nos entra por los
ojos y no paramos hasta conseguirlo. Cuando algo nos interesa de verdad no nos
importa el tiempo que tardamos o el trabajo que nos lleve, y pagamos con gusto
el precio, porque de verdad queremos encontrarlo.
¡Quien no ha querido encontrarse con Jesús en algún momento
de su vida. Cuando en algún juego sale la pregunta ¿con qué personaje histórico
te gustaría cenar, por ejemplo?, siempre respondo lo mismo: Jesús. Quizás
podemos preguntarnos con la imagen de Jesús: ¿quién ha tenido una vida más
comprometida?, ¿Quién ha amado hasta el extremo?’¿Quién ha sentido y perdonado
tanto?, ¿Quién ha cambiado tanto la historia de la humanidad?.
¿Qué le preguntaríamos, ¿qué le pediríamos?. Ojo que Jesús
no es el mago de la lámpara que nos concede tres deseos. Puede que nunca
sabremos si esos griegos llegaron a conocer a Jesús. Pero lo cierto es que
Jesús está en la cumbre, en lo máximo de la popularidad. Por eso, dentro de
nada, entrará en Jerusalén entre ramas de olivos. Es posiblemente el profeta
más famoso, aquel del que todo el mundo habla.
El signo por excelencia del cristianismo es la cruz, el
instrumento de tortura y muerte que los romanos aplicaban a los traidores,
sediciosos y malditos. La exposición en una cruz era un hecho vergonzoso e
ignominioso en el que el reo era mostrado desnudo, en total indefensión. Al
principio la cruz no era la señal identificadora de los cristianos, sino el
pez, pero poco a poco la cruz pasó a ser el signo de nuestra salvación.
El amor es siempre una acción arriesgada, incierta y
esforzada... que requiere tiempo: ser como él, amor entregado por todos. No es
fácil de entender. Es más, al mismo Jesús le costó, no esquivó la cruz y llegó
con su entrega hasta el final. Pero... ¿era necesaria la cruz?, la cruz es la
cima del amor. Dios, por nosotros, llega hasta donde haga falta.
Pocas frases tan provocativas
como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». El
pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la
propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a
«desvivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en
que sabemos entregarnos.
En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad
el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir y el sufrimiento que no
podemos eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición
creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que
somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es
fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que las
personas nos herimos mutuamente.
Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos
evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros.
Pero precisamente por eso hay un sufrimiento que es necesario asumir en la
vida: el sufrimiento aceptado como precio de nuestro esfuerzo por hacerlo
desaparecer de entre los hombres.
Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos
sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los
sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero
siempre sería a un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar.
Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir
indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace
vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en
el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K.
Simonow). Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el
ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el
dolor y se solidariza con el que sufre.
Hasta la próxima
Paco Mira