Escribe Paco Mira:

¡EL AMOR NI SE COMPRA NI SE VENDE!



         Es curiosa esta escena que narra Juan, casi al principio de su evangelio. Cuando Jesús entra en el templo de Jerusalén, no encuentra gentes que buscan con ahinco a Dios,sino se encuentra con gente de comercio religioso. Su actuación violenta frente a venderores y cambistas no es sino la reacción del profeta que se topa con la religión convertida en mercado. Aquel templo llamado a ser el lugar en que se había de manifestar la gloria de Dios y su amor fiel al hombre, se ha convertido en un lugar de engaño y abusos donde reina el afán de dinero y del comercio interesado.

         Quien conozca a Jesús no se extraña de su indignación. Si algo aparece constantemente en el núcleo mismo de todo su mensaje es la gratuidad de Dios que ama a los hombres sin límites y solo quiere ver en ellos amor fraterno y solidario. Por eso, una vida convertida en mercado donde todo se compra y se vende3, incluso la relación con el misterio de Dios, es la perversión más destructora de lo que Jesús quiere promover entre los hombres.

         Es cierto que nuestra vida sólo es posible desde el intercambio y el mútuo servicio. Todos vivimos dando y recibiendo. El riesgo está en reducir todas nuestras relaciones a comercio interesado, pensando que en la via todo es vender y comprar, sacando el máximo provecho a los demás. Casi sin darnos cuenta, nos podemos convertir en vendedores y cambistas que no saben hacer otra cosa que negociar. Hombres y mujeres incapacitados para amar, que han eliminado de su vida todo lo que sea dar.

         Es fácil, entonces, la tentación de negociar incluso con Dios. Se le obsequia con algún  culto para quedar bien con él, se pagan misas o se hacen promesas para obtener algún beneficio, se cumplen ritos para tenerlo a nuestro favor. Lo grave es olvidar que Dios es amor y el amor no se compra ni se vende. Con razón repetía Jesús que Dios quiere amor y no sacrificios.

         Tal vez, lo primero que el hombre de hoy necesita escuchar de la Iglesia es el anuncio de la gratuidad de Dios. En un mundo convertido en mercado donde nada hay gratuito y donde todo es exigido, comprado o ganado, sólo lo gratuito puede seguir fascinando y sorprendiendo pues es el signo más auténtico del amor. Los creyentes hemos de estar más atentos a no desfigurar a un Dios que es amor gratuito, haciéndolo a nuestra medida, tan triste, egoísta y pequeño como nuestras vidas mercantilizadas.

         Quien conoce la sensación de la gracia y ha experimentado alguna vez el amor sorprendente de Dios, se siente invitado a irradiar su gratuidad, y probablemente, es quien mejor puede introducir algo bueno y nuevo en esta sociedad donde tantas personas mueren de soledad, aburrimiento y falta de amor. No es extraño que en la Europa de los mercaderes se hable hoy de crisis de Dios. Allí donde se busca la propia ventaja o ganancia sin tener en cuenta el sufrimiento de los necesitados, no hay sitio para el verdadero Dios. Allí el anhelo de la trascendencia se apaga y las exigencias del amor se olvidan.

         Parece que nos vamos acostumbrando a las situaciones de violencia en nuestra ciudad o en nuestro mundo. Vemos situaciones problemáticas y parece que no va con nosotros. Es por ello que nos toca desacostumbrarnos a todo aquello que hiere a las personas, que violenta su espacio y sus vidas Desacostumbrarnos a que exista tanta muerte a nuestro alrededor. Que nuestra costumbre sea la esperanza y el caminar juntos.

         El amor ni se compra ni se vende y tú eres amor. Me pregunto: ¿qué haría Dios cuando vemos que en este mundo hay miles y miles de personas, de criaturas de él que mueren de hambre porque no hay justicia, porque las cosas están mal repartidas?¿qué haría hoy ante ante tanto dinero que gastamos en guerras, en armas, mientras hay tantas personas que mueren porque no tienen dinero para comprar unos medicamentos?¿qué haría hoy cuando conviven al mismo tiempo y a poca distancia toda clase de lujos con toda clase de miserias.

         Seguramente nuestras iglesias, nuestras comunidades parroquiales, deberían ser más solidarias, y no sedes de grandes negocios, porque como dije al principio el amor ni se compra ni se vende.

 

         Hasta la próxima

         Paco Mira