Escribe Paco Mira:
ALEGRÍA, FIESTA Y VINO NO ES IGUAL A TEMPLARSE
El otro día me comentaba
un amigo, que va a llegar un momento en que ciertos sacramentos o prácticas
religiosas (no son los mismo, está claro), se van a convertir en piezas de
museo. De no llevarlas a la práctica, la historia las estudiará como quien
estudia una especie de vertebrados que se han extinguido. En el plazo de dos
años, un poquito más, hemos pasado de una abrumadora práctica religiosa a una
época de escasez. Le echamos la culpa a la COVID19, pero porque creo que
alguien tiene que llevar la misma. Justificamos ciertas ausencias por miedo al
contagio, pero da la casualidad que cada vez estamos más contagiados.
Es el caso de las bodas. En mi parroquia, hasta no hace mucho,
no más de 10 años, raro era el mes en el que no había 3 ó 4 bodas. Incluso
recuerdo esperar una en la puerta a que saliera la que estaba dentro. Es más,
llegarse a plantear celebraciones del sacramento con más de una pareja al mismo
tiempo, para que diera tiempo a poder celebrar todas las previstas en el año.
¡Pensábamos que la época de vacas flacas no iba a llegar nunca!.
Pero llegó. Y es curioso como Jesús, sigue hablando de bodas, incluso a las que
él va invitado, en una época en la que la gente ya no se casa. Probablemente se
arrime, compartan piso, compartan hijos, pero no más allá de un compromiso que
exija un papel que certifique el amor de dos cónyuges.
Y seguro que aquí está el error. En una boda no se trata de
certificar el amor de nadie, porque eso se da por supuesto, sino se daría el
paso que se tiene que dar, sino que se trata de certificar que Dios va a
garantizar, avalar, alentar...mi vida en pareja y todo lo que esto conlleva:
alegrías, penas, salud, enfermedad....hasta que el propio Dios, nos llame.
Alguno de los que me pueda leer, pensará que estoy hablando en
un tono espiritualista. Todo lo contrario: porque Dios certifica, mi nivel de
exigencia en pareja, tiene que tener la garantía del convencimiento personal.
Por eso tiene que ser un motivo de alegría, de fiesta, de que el vino se
convierta en el acicate de la misma, como lo era para los israelitas.
Es curioso como el evangelista Juan, este fin de semana, no
habla de milagros, habla de signos: fiesta, compañía, familia (María también
estaba allí), falta el vino, había banquete.... Se nos presenta el famoso
relato de las bodas de Caná. Jesús le da un sentido nuevo a las tinajas de la
purificación; le da un sentido nuevo al agua del rito: las convierte en el vino
de la fiesta, en el gozo de compartir el amor en pareja; en entregarse
mutuamente a una vida en la que Dios va a ser el centro de la misma.
Puede ser que en muchos hogares ya Dios no tiene hueco para que
su presencia certifique un amor familiar. Preferimos el vino de la templadera,
aquel que nos evade y nos disipa; aquel
que no nos deja ser conscientes de lo mucho que vale seguir la huella del que
entregó la vida por nosotros.
Amigos estamos a tiempo de reivindicar el sacramento como parte
consecuente de lo que decimos que creemos. Todavía quedan bodas en la que los
acompañantes parece que entran en una Iglesia como el que entra directamente en
la sala del banquete. Respetemos los espacios, respetemos las decisiones
personales consultadas en pareja; respetemos el que todavía siga habiendo gente
que quiere que Dios certifique su amor.
Hasta la próxima
Paco Mira