ANTONIO BERRIEL SUÁREZ,
SACERDOTE AMIGO
Falleció mi compañero Antonio Berriel
Suárez. No es un compañero más, qué va. Falleció el amigo Antonio Berriel, el
buen Antonio Berriel.
Éramos
niños cuando nos conocimos en el Seminario de Las Palmas. Él venía de Antigua
(Fuerteventura) y yo de Ingenio. Pronto hicimos amistad. Siempre teníamos tema
de conversación porque él era muy extrovertido. No teníamos secretos. Unía un tema con otro. Y siempre con múltiples
chispas de humor. Nos reíamos mucho y por eso recibimos no pocas llamadas de
atención. En clase andábamos siempre mandándonos papelitos, normalmente burlándonos del profesor de turno. La dureza
del seminario se hacía así más llevadera.
Tengo
que decir que fue un hombre muy inteligente y de una memoria excepcional. Lo
recordaba todo: lo que había leído, lo que por su cuenta había investigado y
los detalles y anécdotas que habíamos vivido conjuntamente. Tenía un amor
inquebrantable a su pueblo y a su tierra majorera. Y al habla canaria. Durante
un tiempo reescribía el evangelio de cada domingo con palabras del vocabulario
usado en nuestras Islas. Todo lo que fuera lenguaje o geografía le apasionaba. Un
hombre culto, interesado por la Historia y la política. Y mucho más interesado por
las personas.
Como
sacerdote, destacó por el conocimiento que tenía de sus feligreses. Alguna vez
me llegó a decir que los conocía prácticamente a todos y por su propio nombre.
Se preocupaba de cada uno, dialogaba mucho, visitaba a las familias y procuraba atenderlas en cuanto le
era posible. Yo le envidiaba en eso como en otras muchas cosas.
La
amistad entre los dos hizo posible que, en la casa de mis padres él fuera uno
más. Cuando no podía ir para Fuerteventura, mi casa fue siempre su casa y mi
familia su familia. Lo mismo me ocurría a mí cuando viajaba a
Fuerteventura.
En
los últimos años, se encariñó con cultivar un poquito de tierra en Antigua. La
tierra, prácticamente no le daba nada, pero como él me decía: Me enseña a pensar
cómo hay que cuidar a las personas: con delicadeza, cuidando los tiempos de cada
uno y dedicando mucho tiempo y cariño. Como a las plantas. Así era.
Se
extasiaba ante cualquier planta.
Procuraba conocer su procedencia e intentaba darle más vida en su cachito cultivable
de Antigua. Así hacía también con las personas. Se encariñaba con cada
parroquia. Pasaba en ella todo el día. De ninguna quería marcharse. Porque
quería a la gente y compartía su vida con ellos.
Una
vez, aprovechando unos impresos con el membrete del Obispado, le escribí una
carta falsificando la firma del obispo Ramón Echarren. Y en ella le decía que
tendría que dejar Maspalomas y El Tablero para una nueva parroquia. Cuando la recibió, antes de ir al obispado, vino a contarme, todo triste, lo de la carta. Ni que decir tiene que ese día, cuando le
conté la verdad, me dijo de todo. Pero
al final lo celebramos.
Antonio
fue un cristiano y un cura al cien por cien, dándolo todo. Por todas las
personas. En cada parroquia ha quedado su marca: Buen humor, servicio
desinteresado, reflexión, organización, hombre de oración y de estudio,
preparaba concienzudamente las eucaristías. Fuerteventura, El Tablero, Fataga,
Doctoral, Balos, Lomo Blanco, Escaleritas y Santa Teresita en la capital
grancanaria son testigos de esta verdad.
Antonio,
hoy todos rezamos por ti y recordamos tu bondad, tu fe, tu alegría, tu simpatía:
tu vida que ha sido un regalo de Dios para todos. Sigues siendo mi compañero inseparable, mi
mejor amigo, mi modelo de pastor. Y ahora,
algo más, el encargado de hablarle de
nosotros a Padre Dios e interceder por todos los que aquí, tristes, hemos quedado.
Gracias,
Antonio, amigo y compañero.
Jesús Vega
Mesa