Escribe Paco Mira:
UNA MADRE QUE NUNCA ABANDONA A SU HIJO MARINERO
Tengo un conocido que estuvo
más de veinte años embarcado en un barco que hacía la ruta de la Península
hacia Holanda y los países nórdicos. Comentando con él, su trabajo, sus
anhelos, su "vida novelesca en algunos casos de que en cada puerto tienen
un amor", su vida a bordo.... él me comentaba que lejos de lo rosa que nos
puedan pintar la vida de un marinero, es una vida que apasiona, que sensibiliza
ausencias, que hace valorar aquello que no tenemos cerca, que hace madurar a
los que con edad temprana comienzan la aventura del trabajo.
Pero hubo algo que me dejó
grabado en la infinidad de conversaciones que teníamos siempre que nos veíamos:
el profundo sentido religioso del marinero. Quizás no sea tanto de profesar una
religiosidad práctica, cuanto de un sentimiento profundo que a su Virgen del
Carmen no hay quien se la toque; una Virgen a la que acuden en los momentos de
fragilidad y de debilidad; una Virgen a
la que acuden en los momentos de soledad (que son muchos) y de tristeza; una
Virgen a la que llevan siempre en su corazón y que se desviven por ella y a la
que le cantan, Salve , Estrella de los Mares.
Y es que María, como cualquier
madre, está donde y cuando tiene que estar. Acompaña en el silencio, en el
anonimato y en segundo plano a sus hijos para que se den cuenta que la vida es
de ellos y que tenemos que aprender a caminar solos en un mundo que se me
antoja que no es nada fácil. Pero una madre no deja de velar para que a sus
hijos no les pase nada y que en el caso de que así sea, que sepan que siempre
estará ella para reconfortarnos en los momentos de mayor dificultad.
Ser marinero no es fácil.
Quizás como cualquier otra profesión, pero es que esta lleva añadido la
soledad, la distancia, el alejamiento,... y es cuando más se echa en falta
aquello que quieres y necesitas. Es como los polluelos que cuando la gallina
extiende sus alas, ellos se meten debajo al amparo y protección de su madre.
El evangelio de este fin de
semana nos va a hablar de la mirada de Jesús. Hemos de aprender, nosotros, en
la Iglesia, en nuestra querida Iglesia, a mirar a la gente como la miraba
Jesús, sean o no marineros. Mirarlos y captar el sufrimiento, la soledad, el
desconcierto, el abandono... La compasión no brota de la atención a las normas
o el recuerdo de nuestras obligaciones. Se despierta, lo mismo que hizo María,
cuando miramos atentamente a los que sufren. Y el marinero, a veces, es uno de
ellos.
Un día tendremos que revisar
ante Jesús, cómo miramos y tratamos a esas muchedumbres que se nos están
marchando poco a poco de nuestras Iglesias, porque quizás ya no le digan nada
nuestros discursos, comunicados y declaraciones. Personas sencillas a las que
estamos decepcionando porque ya no ven en nosotros la compasión de Jesús.
María, desde su silencio, nunca abandona a sus hijos. Nosotros, a veces,
abandonamos aquello que más apreciamos y queremos.
Ojala que la Virgen del Carmen,
nos ayude a todos.
Hasta la próxima
Paco Mira