DIARIO DE UN CURA:
VACACIONES
CON LÁPIZ
Mis amigos hablaban ayer
de verano y de vacaciones. Entusiasmados, barajaban muchas opciones para viajar juntos: Camino de Santiago,
Lanzarote, Fuerteventura, Madrid, Bosnia… o hacer el Camino por senderos de
Tunte y Gáldar. Muchos destinos,
pero todos un poco en el aire porque nunca hemos vivido en tanta
provisionalidad. Lo que hoy tenemos
claro, igual la pandemia lo cambia mañana. La pandemia o también las autoridades sanitarias o políticas.
A mí, la verdad, me gustaría ir a Galicia. Y a Cantabria. Y a
Bosnia y a Lanzarote. Pero las vacaciones de un cura son siempre inseguras.
Primero, porque debo garantizar un compañero que me sustituya
mientras estoy de viaje. Curas somos pocos. Y cada verano resulta más difícil
encontrar a alguien que esté dispuesto a
hacerse cargo de una parroquia durante veinte días o un mes.
Normalmente hay que buscarlo fuera de las Islas. Por eso, mis
vacaciones penden de un hilo. De dos, más bien: La pandemia y la suerte de
encontrar un compañero. Pura provisionalidad. Por tanto, puede ser que tenga
vacaciones. O puede que no.
Con esta indecisión viví también
la fiesta de San Pedro y San Pablo de mi pueblo. Sin saber si el programa
preparado con un mes de antelación podría cumplirse o no. Y con la duda constante de si aquellas
personas con las que había contado para los distintos actos podrían cumplir su compromiso o no.
Estamos aprendiendo a vivir con lo provisional.
Ayer tarde hablé largamente con una prima. Me sorprendió su
capacidad para valorar y asumir que casi todo puede ser transitorio. Y que hay
que tener la suficiente claridad de ideas para aceptar los cambios que la vida te
puede dar. Tenía claro que por aquí
andamos de paso. Y que hay que estar
abiertos a un nuevo rumbo porque lo que hoy es sí, mañana puede ser no. Pura
provisionalidad.
Tiene su encanto vivir cada día sin demasiada programación. La
agenda siempre escrita a lápiz porque nada es definitivo del todo. Muchas veces
hay que borrar lo escrito y recrearse en lo imprevisto. Ya no vale el
bolígrafo.
Hoy quiero recrearme en cada hora y cada momento del día.
Lo que voy a hacer no lo marco yo. Lo hace la gente para la que
trabajo. El teléfono, la puerta, el confesionario y la calle te van diciendo lo
que hay que hacer, con quién tienes que pararte a hablar, a quién debes visitar.
Y hay Otro que, desde la invisibilidad, marca las líneas más fuertes, sugiere y
anima el día a día.
Cuando me preguntan si este año cojo vacaciones o si salgo de
viaje, tengo que decir que no lo sé. Lo
tengo anotado sólo con lápiz y ya se sabe: una pequeña goma de borrar puede cambiarlo
inmediatamente. Por eso en mi agenda, últimamente, nada se escribe con
bolígrafo. Intento disfrutar el momento, lo provisional, escribiendo a lápiz.