Diario de un cura

LAS TRES DE LA TARDE

            
           Alguna vez, cuando he ido  a comer a un restaurante y las mesas están ocupadas…¡me voy a otro! No soporto  las colas.  Y mucho menos  los  mensajes de teléfono cuando dicen “En este momento todos nuestros agentes están ocupados. Permanezca atento.  En breve su llamada será atendida.”

Pues no, no  espero. Cuelgo y vuelvo a llamar más tarde aunque la grabación, seguro,  me volverá a decir lo mismo.

Sin embargo me doy cuenta de que, en estos días, en las homilías, he hablado muchas veces de la espera  como algo bueno.

Caí en la cuenta cuando Carmelo me  lo preguntó a bocajarro.

-De verdad ¿tú de qué esperanza nos hablas? Porque a mí me despidieron del trabajo después de seis meses de ERTE y ni siquiera me dan cita para arreglar lo del paro. ¡Como para tener esperanza!

Me quedé callado un momento. Y como tampoco yo tengo respuesta  para todo, ya me gustaría, le hablé de unos amigos.

María y Adonay  fueron padres hace sólo unos meses.  Antes de nacer  Neizán me enviaban mensajes casi a diario contándome siempre  la alegría que estaban teniendo no por lo que tenían sino por lo que iban a tener. Era una espera  que juntos estaban disfrutando. Disfrutando de lo que aún no tenían.  

            Hay esperas que llenan por dentro y por fuera. Lo compruebo  ahora, por ejemplo,  en algunos amigos en estas semanas previas a la Navidad.  Se han puesto en modo adviento y hasta cuentan los días que faltan.  Como los niños en las vísperas de los reyes magos. Y se les ve  más felices que el Principito y el zorro. Lo recuerdan, ¿verdad? El  Zorro y el Principito se conocieron  y se cayeron muy bien. Hicieron buenas migas.

“Al día siguiente, dice el libro,  volvieron a verse  y el zorro habló de esta manera:  

-Hubiese sido mejor venir a la misma hora.

Porque si yo sé que tú vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, yo comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón…

Y en eso estoy ahora yo , Carmelo. Tarareando canciones de esperanza, encendiendo velas de colores,  e imaginando  una Nochebuena que, seguramente, no podré compartir con familia ni amigos pero que, así y todo,  será Nochebuena. 

Estoy  convencido de que vendrán tiempos más bonitos y  más alegres para los que perdieron un ser querido o el trabajo o la salud.  Por eso sueño  con que algún día se pueda definir  político como persona que se desvive por su pueblo. Y que la palabra Arguineguín, tan sonora y  bonita,  sugiera nombres de futbolistas, playas calmadas  y personas  hospitalarias.

Y que Navidad no signifique otra cosa que un día Dios nos miró con ternura, buscó a la muchacha más buena del planeta y de ella nació el bebé Jesús en una tierra llena de sufrimiento.   

Por eso quiero que cualquier día  de estos sea otra vez Navidad.  Y que, a pesar de las  colas o que  el teléfono dé comunicando,  yo pueda seguir  hablando de esperanza y disfrutando más que el zorro y el principito.  Porque son  las tres de la tarde.