Escribe Paco Mira:

 LA VETERANÍA ES UN GRADO


            Desde hace algún tiempo hay una queja generalizada en nuestra querida Iglesia: ¡solo van los VIEJOS a la Iglesia!. Vaya por delante que la expresión de "viejos" no quiere ser peyorativa al menos por mi parte, sino que es el lenguaje de la calle que se utiliza para expresar a un colectivo - que veo nada inclusivo en las palabras de quienes lo pronuncian - al que parece que queremos arrinconar. Pero ese propio colectivo ha logrado autoconvencerse de que eso es así e incluso cuando se les pide algo la respuesta es ¡"es que somos todos muy mayores..."!. No falta parte de verdad. Nuestra iglesia, los que normalmente acuden a ella, su media de edad puede superar los sesenta años. Una generación que siempre repite lo mismo: no hay jóvenes en nuestras comunidades o los que van son muy pocos.
         Es curioso como también en esta maravillosa sociedad en la que vivimos, se nota un cierto desprecio más o menos encubierto - cada uno que mire a su propio ombligo, a sus familiares más cercanos - hacia los ancianos, hacia lo viejo en general. Es como si la juventud y solo ella son los más deseables y son los que tienen que solucionar los problemas que han heredado de "los viejos", a los que hay que apartar porque estorban. Como dice el Papa que "lo que prevalece es la cultura del descarte" y aquí yo incluyo a nuestros mayores. En nuestras casas no tienen mucho hueco, la salida con ellos nos resulta tortuosa y... no digamos nada si padecen algún tipo de enfermedad o atención que hay que tener con ellos.
         Por qué cuento esto. Lo hago porque este domingo es la presentación del Señor. Y da la casualidad que los protagonistas del evangelio son dos ancianos (aquellos que nosotros, a veces, rechazamos): Simeón y Ana, que son los únicos que son capaces de reconocer al Mesías cuando es presentado por sus padres. Yo me imagino en aquella celebración acompañada de fiesta a multitud de gente y de gente joven, pero ninguno, solamente los ancianos, fueron capaces de ver en un niño a la Luz que alumbra.
         Me gustaría, desde aquí, reivindicar la figura de Simeón y de Ana y en ellos a todos los ancianos que a lo largo de nuestra vida nos han marcado por algún motivo: aquellos que nos han cuidado, los que nos han enseñado los primeros modales, los que nos acompañaron al colegio, los que nos enseñaron a rezar y a conocer a un Jesús sin ninguna teología, al desnudo, como cuando estaba en el pesebre.
         Me gustaría en tiempos de crisis económica que la sociedad y nuestro gobierno en particular, tenga presente a tantos que no son jóvenes pero que teniendo una cierta edad, todavía pueden encontrar un puesto de trabajo y son útiles para ello; me gustaría que en esta maravillosa Iglesia a la que pertenezco no descartemos a la gente por la edad y a donde asisten según su convicción y solamente nos dejamos llevar por los criterios que exaltan una juventud que no siempre es garantía del deber cumplido.
         No nos olvidemos que los ancianos son la memoria de los pueblos y como tal memoria son fundamentales para el camino de los jóvenes (en ello nos dan lecciones muchos de los animales). Los abuelos, los ancianos son capaces de de ver y reconocer al niño porque su alma pobre, desprovista de todo aquello que les distrae y sumerge en la superficialidad que a veces caen los jóvenes, está dispuesta y abierta al Dios que sorprende y trastoca nuestros criterios. Por ello la veteranía es un grado.
         Pidamos a nuestra Madre María, como señora de la Luz y de la Candelaria que nos ayude en esta tarea.
         Hasta la próxima
         Paco Mira