Siempre me ha gustado este
cuadro del pintor Murillo.
Hoy es el Día del Buen pastor.
En la imagen, Jesús es un
pastorcito niño.
Un bastón en la mano derecha y
acariciando a la oveja con su izquierda.
Un rostro dulce, cariñoso. Y
una oveja, nosotros, que miramos al pequeño pastor. La oveja que él acaricia
soy yo, somos cada uno de nosotros.
Hoy quiero aprovechar para hablar con mi buen
pastor. Podemos mirar el cuadro…
Tú
dices, Jesús, que tus ovejas escuchan tu voz. Es cierto. Escuchamos tu voz,
pero a veces no te hacemos mucho caso. Sabemos lo que quieres de nosotros, pero
no siempre respondemos a lo que quieres de nosotros. Y con todo, tú no nos amarras.
Como la
ovejita del cuadro, te miramos, pero algunas veces nos dan ganas de correr a
otros lugares, no siempre los más apropiados.
Tú dices que conoces a tus ovejas. Que nos conoces, que me conoces. Me
alegra saber que Tú, buen pastor, me conoces… y me quieres a pesar de mis
defectos. Me acaricias, me valoras,
me disculpas cuando cometo fallos. No tienes un palo para castigarme. Como
decía Dieguito el pastor, el palo es para defenderme. Nunca para castigar. Nunca
castigas a nadie.
Y
me dices, Jesús, buen Pastor, que nadie me podrá quitar de ti , porque tú
siempre serás mi pastor.
Estoy
contento de tener un buen Pastor como tú. Estoy contento de que los niños y
jóvenes y adultos de mi parroquia te tengan como Pastor. Contento de que seas
el Pastor de esta comunidad parroquial.
También
sé que Tú has encargado a otros que te ayuden en el pastoreo. A los padres
y madres. A los sacerdotes, a mí, a
pesar de mis errores, a los catequistas… Yo también quiero ser un buen pastor:
Conocer y querer y valorar a mis ovejas. Defenderlas siempre. Dar la vida por
ellas si hiciera falta.
Enséñanos, Pastor, a ser buenas ovejas.
Enséñanos
a escuchar tu voz y a hacerte caso.
Quiero darte gracias.
Gracias, Jesús, por ser mi Pastor.
Gracias, Jesús, por
cuidarme, por cuidarnos. Gracias por
encargarme que, en tu nombre, cuide también de estas ovejas.
Te pido que aprenda a conocerte más, que
aprenda a seguirte profundamente de corazón, de verdad, porque sé que Tú me
cuidas, me sigues, me llevas, me conduces… —como dice el Salmo 23—, Tú eres mi pastor, me conduces hacia fuentes
tranquilas. Y cuando estoy mal, sin fuerzas, las reparas. Por eso, con gusto,
con alegría, te digo hoy: gracias, Jesús, ayúdame, quiero habitar todos los
días de mi vida en tu casa. Gracias por buscarme, por seguirme, por seguir mi
rastro, por sacarme de esos lugares pedregosos y peligrosos. Gracias por
tratarme como el Niño pastor del dibujo: Acariciándome y dejándome libre. Amén.