Escribe Paco Mira:
LAS HUELLAS DEL PASADO
Mi padre tenía un
tío carnal, ya murió hace años, que había sido coronel del ejército y que había
combatido en la desgraciada guerra civil. La guerra le pasó factura: perdió un
ojo y en su lugar tenía un ojo de cristal y una bala no le alcanzó el corazón
porque en ese lugar tenía una cartera con una imagen de la Virgen. Siempre que
mi padre decía de ir a verlo, él enseñaba con orgullo sus huellas de guerra.
Ese orgullo seguro que era doble: estaba vivo y habían ganado la guerra.
Pero podemos poner
infinidad de huellas: ¡ quien no tiene
en sus rodillas huellas de las caídas de pequeño!, ¡ quién no tiene la huella
de alguna operación!, ¡quién no tiene la huella de algún corte con un cristal,
con un artilugio de cocina, con….!´, ¡quien no tiene la huella de alguna
enfermedad…!, ¡ quien no tiene en su corazón, en su interior la huella de algún
suceso que le ha marcado!. Las huellas pueden ser en plan negativo, pero
también pueden ser en plan positivo. Las huellas se pueden ver, pero también
hay huellas que marcan igualmente, pero son interiores. ¡ Quién no ha ido a un
viaje y para no olvidar el sitio se trae algo de recuerdo para que cada vez que
lo vea, le transporte al pasado !
Este fin de
semana, hay acontecimientos que nos llevan por este camino. Por un lado,
nuestra Madre la Virgen del Pino, también quiere dejar huella en un pasado
triste, cenizo, tiznado, falto de color e incluso, en algunos lugares y
corazones, faltos de esperanza. María quiere
recorrer aquellos lugares y con personas que parecen que no ven más que un
pasado incierto y por ello un futuro triste y oscuro. La vida, se regenera y
tiene opción de cambio y no depende de nadie, sino de la confianza que nosotros
ponemos en ella y el convencimiento de que ese cambio es posible. Gracias María
por compartir con nosotros no solo la amargura, sino la alegría de la
esperanza.
Pero por otra
parte el evangelio de esta semana, también nos habla de huellas, pero de
huellas que tienen que ser agradecidas, de recuerdos y huellas que tienen que
estar presente en nuestras vidas de una manera clara y de convicción. Diez
leprosos que quieren salir de su maldad, de su enfermedad. Solo uno, y
extranjero, es capaz de alabar a Dios por la bondad que ha obrado en él.
Nuestra fe, a
veces, es algo parecido. Cuando alcanzamos los favores no somos muy
agradecidos. Cuando alcanzamos lo que nos proponemos, incluso pidiéndole a Dios
que nos eche una mano, no somos capaces de gritar a los cuatro vientos que el
amor de Dios es grande que obra favores en mí. Cuando alcanzamos aquello que
hemos deseado, no somos lo suficientemente sinceros para gritar por medio de
quién lo hemos conseguido.
Hasta el propio
Jesús se siente extrañado cuando le pregunta al ciego que dónde están los
demás. Todos quieren tener los favores o agarrarse a un clavo ardiendo en el
momento más conflictivo de nuestra vida. Pero pocos son a los que le dirán ve
que tu fe te ha salvado. Y es que en el fondo todo se reduce a la fe y a la
capacidad que hayamos tenido de ser agradecidos con dios y con los hermanos.
Hasta la próxima
Paco Mira