CARTA A TOMÁS EL INCRÉDULO
Querido amigo Tomás. Hace tiempo que tenía ganas de hablar contigo. Y hoy, aprovechando el evangelio de este domingo, me propongo  decirte algo de lo que pienso.
Tomás, tú no eres el único. Hay mucha gente como tú que creemos, pero no lo suficiente.  Que somos desconfiados. Que dudamos. Que queremos creer pero a veces ni nosotros mismos nos entendemos. Ser Tomás no es ser malo. Tampoco son malos los ateos o los agnósticos. Ni ser ateo es ser malo. Ni ser  agnóstico es ser malo. Hay por ahí muy buenos ateos, muy buenos agnósticos. También los hay malos, claro. Como hay cristianos buenos, medio buenos y  malos.  
Me gustan muchas cosas tuyas, Tomás. Porque eres una persona que piensa. No crees a ciegas, al tun tun todo lo que te diga. Hoy también circulan muchas mentiras con apariencia de verdades: (Brujos, apariciones inventadas, mensajes falsos, etc.) Te  gusta razonar las cosas. Es bueno razonar. Te gusta experimentar las cosas. No es malo comprobar, analizar, cerciorarse. Tú sabías muy bien que hay quien engaña… a veces incluso  entre la gente buena. Y tú querías comprobar directamente lo que ya creías…. pero con un poco de inseguridad.
¿Sabes lo que menos me gusta de ti? Que no estabas reunido cuando Jesús se manifestó  a los demás. ¿Dónde estabas?  ¿De verdad fue una ausencia justificada? Eso nos pasa a algunos también. No valoramos suficientemente a la comunidad. Partimos el pan  (la eucaristía) y por cualquier cosa la dejamos. Hay una reunión y pensamos que no pasa nada por no ir. Sabemos que hay gente que lo está pasando mal en el pueblo…y decimos: Que vayan a Cáritas, como si no fuera problema nuestro. Hay un curso o un encuentro formativo… y pensamos que es para otros… ¿Te pasaría a ti eso por desgana, por comodidad, por no querer comprometerte? Muchas veces nos perdemos la aparición de Jesús.
Lo que te voy a leer, Tomás, yo sé, que tú lo conoces mejor que yo. Pero te voy a recordar  lo que tu amigo Lucas escribió: “Los creyentes vivían todos unidos. Vendían sus bienes  y los repartían; celebraban la fracción del pan  y comían juntos alabando a Dios  con alegría”. No me digas que no era bonito este deseo de los primeros cristianos: Eucaristía, oración, compartir, estar unidos… ¡Lo que Jesús había dicho tantas veces! Y es que ese es el camino de la fe. La fe hay que cultivarla, Tomás. Es un regalo de Dios. Pero si no rezas, si no escuchas la Palabra, si no te reúnes, esa fe va languideciendo. ¿Cómo voy a saber yo qué quiere Dios  de mí si no me pongo ante él en oración, si no escucho su mensaje? Dios sigue llamando. Dios sigue invitando a seguirle. Como padres y madres de familia, como sacerdotes, como  monjas. Necesitamos escuchar.
Me gustó lo que te dijo Jesús: ¿Porque me has visto has creído, Tomás? Tú te avergonzarías, claro. Yo también me avergüenzo cuando me dejo llevar sólo de mi pensamiento como si lo tuviera todo claro. O cuando reacciono mal con alguien pensando que tengo la verdad en exclusiva. O cuando me dejo llevar de dudas y falsos profetas. Y a veces, cuando meto la pata, es cuando oigo a Jesús que también me dice algo parecido: ¿Tienes que caer, tienes que equivocarte para creer en mí, para hacerme caso? 
Pero tu respuesta fue muy buena, Tomás. Dijiste: ¡Señor mío y Dios mío! En poquitas palabras hiciste un tremendo acto de fe. Eres mi Señor, eres mi Dios.  Hoy te voy a copiar. Se lo voy a decir así también a Él. Señor mío y Dios mío. (También se lo puedes decir tú ahora) Señor mío y Dios mío. A veces voy de listo por la vida, completamente seguro de lo que digo o lo que hago sin contar con Él. A veces me entran dudas porque me falta ese roce que hace el cariño. El roce de estar con el Señor. Ante el sagrario, ante los pobres, en la comunidad: ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús Vega Mesa